Un
domingo de campaña electoral de hace algo más de tres años comenzó el
renacimiento de las movilizaciones, que llevaban dormitadas desde hacía
demasiado, aquel 15 de mayo la sociedad despertó lentamente, para exigir una
democracia real, unos servicios públicos de calidad y pusieron en liza el
descredito de un sistema que asfixia a la mayoría, dando toneladas de oxígeno a
las oligarquías del régimen.
El
despertar de la sociedad fue lento, era demasiado bonito el sueño que habían
vivido ¡Estábamos en la “Champions League” de la economía! Y mientras, la
mayoría de la población continuaba bostezando, esperezándose y cerrando un poco
los ojos, ante la brillante luz del sol que les cegaba y a la que, poco a poco,
se iban acostumbrando. Se comenzó a olvidar el individualismo, los libros de
autoayuda y el yo, empezaron a aparecer las soluciones comunes para los
problemas; se crearon las Plataformas de Afectados de la Hipoteca, las de la
sanidad y educación pública, Discapacidad en Marcha, asociaciones de exiliados
económicos, parados, iai@flautas, los mineros nos mostraron como se luchaba y
así, pasito a pasito, aprendimos de aquellos días en los que tomamos las plazas
de nuestros municipios y las asambleas mostraban que todos podíamos tener voz y
voto en una sociedad en la que se nos machaca, por todos los medios, con la inevitabilidad
de la situación, disfrazando de obligación lo que supone una política económica
impuesta desde Wall Street, Bruselas y Berlín.
El 15M
nos susurró, nos propuso, nos incitó a participar más en política y hay quien
no quiso escucharlo, hay quien dijo: “¡Que hagan un partido y se presenten a
las elecciones!” No entendieron nada… Ese aire fresco que trajo a la democracia
aquellas semanas de mayo ha estado presente en los pulmones de todas las
personas que participaron en las dos últimas huelgas generales, en el 25S, 23F,
en la primavera valenciana, en cada desahucio parado, en cada programa
electoral de muchos partidos de izquierda nuevos y en los que exigían lo mismo
que ellos desde hace mucho y no se les escuchaba. Y así sumamos, entendimos que
una gran marcha empieza con un pequeño paso y nos citamos en Madrid un 22 de
marzo exigiendo algo tan lógico como es la dignidad…
Hace ya
más de dos meses que me calcé mis botas para empezar a caminar por esa dignidad
perdida; estaba como nervioso, inquieto, pensativo. Me planteé de qué serviría
ese camino, a donde me llevarían mis pasos.
Encendí
un cigarrillo y mis pernas comenzaron la ruta hacia Madrid, con tranquilidad,
hablaba con los de mi alrededor, reía, soñaba y, de momento, me veía mirar hacia el suelo,
un pie adelantaba al otro, debajo de mí pasaba el asfalto o la tierra, sin
prestar atención despedía a cada palmo de terreno y pensaba en el porqué de
este caminar.
Andando
de una ciudad a otra te das cuenta del ritmo de la naturaleza, de como un
kilómetro se tarda en recorrer algo más de quince minutos y como los paisajes,
por secos, monótonos o urbanos que sean, son bellos. Ver una ciudad a lo lejos,
con su atalaya en lo alto, no significa que ya estés allí, si no que la lluvia,
el sol, el viento o el frío pueden hacer
que lo que ves cerca se aleje y, sin embargo, una buena conversación, unas
personas que te animan o unos pitidos por la carretera acompañados de un puño
en alto por la ventanilla de un coche anónimo, te dan alas, ruedas y hacen del camino
un esfuerzo feliz que merece la pena.
Un día
me preguntaron por qué hacía la marcha y pensé en las veces que he sentido mi
dignidad pisoteada: Pensé en cómo mi último trabajo casi acababa conmigo,
física y psicológicamente, con un sueldo y una vida de subsistencia durante
seis años. En cuando me fui con Soraya a Argentina a buscarme la vida y en como
algo se nos desgarró por dentro al separarnos de nuestros seres queridos. En la
vuelta a casa de mi padre, con esperanzas vacías, sueños ahogados en realidad y
recuerdos infinitos. En las mañanas llevando nuestro curriculum a cualquier
empresa, sin ganas de ser explotados y sin ver ninguna posibilidad de que así
sea, vendiendo nuestro tiempo sin que nadie lo quiera comprar. En como el paro
te hace pensar y desesperar… En ocasiones uno se siente hosco, lúgubre, huraño,
y ya no eres tan flexible con las bromas, te sientes rabioso cuando alguien te
recuerda que no tienes mucho que hacer, cuando te recuerdan que no tienes tu
lugar, al ver todas tus cosas repartidas en cajas y maletas. Sientes como tu
orgullo se vacía y te tienes que callar ante todos, porque empiezas a sentirte
más pequeño, más débil, más frágil.
Pero,
en realidad, no lo hacía por mí, yo no me puedo quejar comparado con las
personas que llevan sin trabajar años, que han perdido su casa, su vida, su
salud y sus esperanzas. Por los que se han tenido que exiliar de sus hogares
instalándose en otro país para poder trabajar. Caminé porque permitimos que
África se muera de hambre, luego decimos que nos invaden y ponemos muros de
vergüenza en nuestras fronteras, sí, anduve por esas personas que no conocen
una vida digna y no tienen ni lo más básico para vivir. También por los que son
silenciados, como los discapacitados, que con el repago y los recortes en su
sector, les ponen la vida más difícil a personas que se deberían ganar nuestra
admiración. Andaba por nuestro planeta, ya que el capitalismo parte de la
premisa de que todos los recursos son infinitos, la cultura de comprar, usar y
tirar hace que vayamos acabando con muchísimas especies animales y vegetales,
que los bosques desaparezcan, que los animales no encuentren sus hábitats, que
los polos se derritan, que la tierra no se trabaje si no da beneficios, que los
mares sean un estercolero de un primer mundo que hace sufrir al resto, de un
modo de vida que golpea en los cinco continentes, golpea a tu vecino, a tu
salud, a la de los seres que nos rodean, con la vana esperanza de que este
sistema nos de nuestra oportunidad para estar en la cima, cuando las cartas
están marcadas y nos llenan de sueños e historias en los que la gente consigue
ser rico y pensamos “¡A mí me podría pasar!” y entonces ya nos ha enganchado el
sistema con sus películas, su fútbol, su publicidad y, con el poco dinero que
la gente tiene, apunta a su hijo a jugar al tenis, llora cuando pierde su
equipo o cuando en el cine gana el bueno, sin lograr empatizar con la persona
que muere de hambre en África, es explotada en Asia o recoge comida de un
contenedor debajo de su casa.
Por todo
seguí mis pasos, empezando a mover mis pies en Aspe, saliendo de la población
de una manera cálida y amable, luego nos hicieron rodear Novelda, porque su
alcaldesa cree que es su cortijo y puede permitir pasar o no a quien quiera.
Llegamos a Elda, a mi ciudad, recuerdo ver a mis compañeros de IU, de darles un
abrazo y sentir que los pelos se me ponían de gallina al verlos aplaudiéndonos.
Leer el manifiesto del 22M en mi ciudad me dio mucha alegría, eran pocos los
que escuchaban, tuve que levantar la voz
para que se me escuchara entre los coches y chascarrillos, pero conseguirnos
hacernos ver y hacer pensar a la gente. Pasamos por Sax, donde fueron muy
acogedores y nos llenaron de energía. El camino a Villena fue más duro por las
inclemencias del tiempo, una fina capa de lluvia nos envolvía y el frio
penetraba hasta los huesos. Luego el caciquil alcalde de Caudete mostró lo que
era para poder echarse unas risas en el bar y sentirse más varonil. El camino
continuó por la meseta castellana, esa estepa manchega de temperaturas
extremas, Almansa, Chinchilla, Albacete, La Roda…
Nos
unimos en Tarancón toda la “columna del Mediterráneo”, murcianos, alicantinos,
valencianos, castellonenses, conquenses y albaceteños. Reforzamos posiciones,
sentimos más fuerza, más razones, más opiniones. Diferentes formas de hacer las
cosas, diferentes maneras de luchar contra este sistema, sumando, creyendo,
opinando, en resumen engrandeciéndonos. Al día siguiente llegamos a Fuentidueña
del Tajo, un pueblo pequeño que nos ofreció todo, y a la jornada siguiente una
de las etapas más duras, con un calor incesante, unos caminos rurales que
parecía que no nos llevaban a ninguna parte. Pasamos por Villarejo, bajo la
atenta mirada de su bonito castillo que a tanta gente habrá visto pasar, la
llegada a Perales de Tajuña fue dura, con algunos problemas de comunicación.
Aunque llegamos e hicimos una asamblea, más o menos tensa, en el que las
opiniones se veían salpicadas con el veneno del cansancio, finalmente,
comprendimos porque estábamos allí, cuál era el motivo de nuestro esfuerzo y
nuestras pequeñas diferencias no podían hacernos frenar en nuestras ganas de
acabar con este régimen que nos quita casi todo.
Una de
las etapas más emocionantes y bonitas se dio el día 21, el día antes de llegar
a Madrid, se observaba que todos veíamos la meta más cerca, empezábamos a tener
más seguimiento por parte de los medios y así llegamos a Arganda del Rey, con
algún escrache que se complicó en oficinas bancarias ante el cordón policial
por el que íbamos rodeado. En esta ciudad madrileña se nos informó de los
estragos del caso “Gürtel” en su municipio y nos insuflaron energías en una
arenga desde la plaza de la Constitución, donde pudimos ver con vergüenza un
monolito en honor a los caídos por el bando fascista (con símbolos falangistas)
en la iglesia. Nuestra indignación acabó cuando llegamos al puente de Arganda y
el orgullo se abrió paso en nuestros corazones, muchos ojos se vidriaron de
emoción y el bello se puso de punta, mientras, nos relataron la importancia de
ese puente en la Batalla del Jarama, como resistieron, en una colina cercana,
miembros de las Brigadas Internacionales hasta la muerte, para conservar ese
puente que unía la capital del estado con Valencia en la Guerra Civil. Muchas
personas se nos fueron uniendo a lo largo del día, unos sindicalistas
franceses, gente anónima de las poblaciones por las que pasamos y toda esa gran
columna caminó unida y cansada hasta Rivas-Vaciamadrid, donde compartimos pasos
con aún más gente. Nunca olvidaré como una mujer lloraba de emoción y alegría
mientras entrabamos y nos fundimos en un abrazo. Qué puedo decir de lo que
sentí mientras andábamos por las calles de Rivas, viendo los nombres que
portaban (Alberti, José Hierro, Miguel Hernández,…), de la mano de Soraya, con
Juanjo y Susana a mi lado, hablando y riendo con todos los que se nos
acercaban. Se hicieron largos esos kilómetros por esas grandes avenidas, pero
al llegar a la calle del ayuntamiento y ver como toda una ciudad nos recibía,
como hablaron nuestros amigos y compañeros hablar desde el micrófono y sentir
que el mayor placer era quitarse las zapatillas un ratito. Cenamos cantando,
con la fuerza que da ver que cada vez somos más, que estamos sacudiendo este
país, o por lo menos sus conciencias y las carcajadas y gritos corrían de mesa
en mesa esperando el ansiado día 22.
Nos
despertamos en una fría y húmeda mañana, la ilusión por llegar se veía
reflejada en todos los rostros, vimos como los autobuses abarrotaban la ciudad
y muchos de nuestros compañeros y amigos engrosaban las filas de la columna
para llegar a Madrid. El paso era lento, pero la esperanza de lo que estábamos
moviendo nos empujaba, los tobillos, bambollas, agujetas y demás dolores, no se
apreciaban con la misma intensidad. Nos sentíamos gotas en un río que avanzaba
imparable y del que formábamos parte. Llegar a la villa de Vallecas, con muchos
más amigos esperándonos, la aprovechamos para sentarnos, fumarnos un
cigarrillo, tomar un zumo y comer algo de fruta, mientras nos daban la
bienvenida por todo lo alto, uniéndose más y más gente para hacernos lo que
quedaba de camino más ameno, menos cansado. Dejamos atrás las aburridas
autopistas y las carreteras y nos adentramos por las calles de Madrid, poco a
poco, se notaba como nos acercábamos al barrio de Vallecas, como la gente nos
animaba por los balcones, como desde las ventanas colgaban banderas tricolor.
Nunca
olvidaré esa calle infectada de gente, aplaudiéndonos a cada paso, como
ondeaban las banderas; rojas, amarillas, moradas, verdes, blancas… Todas con
diferentes siglas, con diferentes reivindicaciones. Al final de una calle
escuchábamos un megáfono lanzando eslóganes, nosotros gritábamos, como al
llegar a cualquier pueblo: “De norte a sur, de este a oeste, la lucha sigue
¡Cueste lo que cueste!”. Y de repente la calle se abrió, la gente nos abrazaba,
a penas podíamos andar de dos en dos, mi mano recogió la de Soraya, nuestros
ojos se cristalizaron y las lágrimas nos recorrían las mejillas. El pueblo
había tomado la calle, estábamos en la Plaza Roja de Vallekas, yo solo pude
abrazar Soraya, sin poder articular palabra ante tal recibimiento. Todos
sonreíamos, todos llorábamos, todos buscábamos a los que habían caminado a
nuestro lado tantos kilómetros, quizá no los encontramos, pero recordamos a
todos los que nos dieron fuerza para andar y para llegar. Hicimos el último
alto en el camino, éramos mucha gente. No olvidaré esa sensación victoriosa,
ese instante en el que creímos en nosotros y en nuestra lucha.
Sin
tiempo para demasiadas cosas, comimos y enseguida, la inmensa columna, contaba
sus últimos pasos hacia el centro de Madrid. Susana, Soraya, Juanjo y yo
estuvimos cerca, vimos a los compañeros de Elda y Petrer, y continuamos por esa
inmensa avenida, en la que al mirar hacia atrás no podía ver el final de la
columna. Más motivados que nunca, llegamos hasta la estación de Atocha, a nuestra
derecha estaba el ministerio de Agricultura y Pesca, no nos podíamos creer la
de gente que había en aquel lugar; por la ronda de Atocha, hacia la izquierda
de donde llegamos, vimos a las gigantescas columnas que procedían de Andalucía
y Extremadura, el paseo del Prado parecía un hormiguero de gente. Nosotros
estábamos sobrecogidos y conmovidos ante la sensacional convocatoria que se
había realizado, nuestra traca dio buena cuenta de que habíamos llegado y nos
aplaudimos todos, coreamos cánticos y gritos, con la sensación de que esta
marea era una sola pieza unida, potente e invencible.
Pronto
nos introdujimos en la manifestación; habían gallegos, catalanes, asturianos,
cántabros, vascos, aragoneses, riojanos, castellanos, navarros, leoneses,
extremeños, andaluces, madrileños y canarios. Con nosotros los que faltaban;
valencianos, murcianos, alicantinos y manchegos. Por la calle Atocha vimos como
la CGT y CNT se integraban a la enorme masa de gente que había salido a la
calle. Prácticamente no se avanzaba, íbamos muy lentos, cuando nos movíamos el
paso era cansino y enseguida volvíamos a parar, los kilómetros que llevábamos
en las piernas se empezaban a notar, pero este día, ha sido el momento de mi
vida que más gente he visto reunida, eso nunca lo olvidaré y siempre agradeceré
a cada una de esas personas que tuvieron la valentía y la fuerza de salir a la
calle a pesar del silencio mediático y la criminalización a la que nos veíamos
sometidos.
Al cabo
de un rato, Juanjo, Soraya, Susi y yo, decidimos dejar de ir detrás de la
pancarta y caminamos con algo más de prisa hacia la plaza Colón donde
finalizaba la manifestación e intervenían muchas de las personas que habían
organizado este 22M. Ese recorrido, andando un poco más rápido, me dejó
completamente alucinado de toda la gente que se había congregado; en el paseo
del Prado no cabía un alfiler y al pasar por Cibeles, vimos como la Gran Vía
estaba llena de gente de IU y el PCE. El paseo de la Castellana y el de Recoletos
estaban hasta más repletos y al llegar a Colón intentamos escuchar lo que allí
se decía. Toda la gente tenía una sonrisa para regalarnos y parecía que en ese
día nada podía ir mal. Oímos a Dani, un chaval que vino desde Murcia con
nosotros y consiguió arrancar aplausos y vítores delos que allí se agolpaban.
Estábamos tan felices…
La noche
lo oscureció todo, mientras nos despedimos de Juanjo y Susi, que se iban ese
mismo día, empezamos a ver como la “lecheras” comenzaban a subir hacia la plaza
Colon. Las luces azules de policía iluminaban las calles y nosotros seguíamos caminando
hacia la Puerta de Alcalá a por nuestras mochilas, al final se había descartado
la acampada ya que en el paseo de Recoletos ya habían desalojado a todo el que
había puesto una tienda de campaña. Soraya y yo nos sentamos en un banco en la
Puerta de Alcalá, esperando nuestras mochilas, empezábamos a oír que la policía
había cargado, que aún no había terminado la manifestación, aún había niños y
ancianos gritando y caminando por sus derechos, por su dignidad. Nos
tranquilizamos al ver que los problemas estaban por Colon, Recoletos y
Castellana, por esa zona del Retiro solo había gente cansada y personas
subiendo o esperando su autobús de vuelta. De repente, una marea de gente sube
corriendo de Cibeles, los antidisturbios dando palos detrás de esos
manifestantes, Soraya y yo nos pusimos a cubierto lo más rápido que pudimos,
vimos como dos chavales entraron en un restaurante en la misma plaza de la
Puerta de Alcalá, los policías fueron hacia allí, cuando el cocinero salió a explicarles
que aquello era una propiedad privada y no podían pasar, los antidisturbios le
respondieron pegándole dos porrazos, en ese momento el miedo se palpó en la
plaza, sin periodistas, ni cámaras, cansados, con ganas de que esto finalizase
y los agentes policiales no parecía que fueran a razonar. La policía estuvo un
buen rato custodiando la puerta del restaurante, seguía habiendo tensión;
furgonetas y motos de policía de aquí para allá, de vez en cuando los bomberos
y muchas veces las ambulancias. Por fin, nos dijeron que nuestras mochilas
estaban en Vallecas y que dormiríamos allí, ya podíamos ir dando por finalizada
la noche, aunque la tensión no paró, las noticias de compañeros que habían
sufrido algún daño eran continuas y sin confirmar.
A la
mañana siguiente, fuimos a la Plaza donde está el Reina Sofía, había una
asamblea. Para entrar te registraban por todas partes, solo habían tres
entradas, y la asamblea transcurrió sin incidentes, aunque en un momento los
antidisturbios nos rodearon, completamente equipados para cargar, esto creó
nerviosismo en los que allí estábamos, pero nadie cayó en las provocaciones y
pudimos continuar con la asamblea, desde la que se exigía responsabilidades por
lo ocurrido el día anterior y que se liberarán a los detenidos.
Terminamos
con las marchas más agotados si cabe, por ese final que nadie quería y que solo
nos perjudicaba. La maniobra fue muy buena para desprestigiarnos, pero no les
iba a servir. Las Marchas por la dignidad no estaban convocadas ni por el PP ni
por el PSOE, los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, tampoco se unieron
oficialmente. Y aun así, habíamos conseguido concentrar en Madrid a alrededor 1.500.000
personas, durante semanas pasábamos pueblo a pueblo, ciudad a ciudad y les hablábamos
de sus problemas, de los nuestros, les explicábamos que pretendíamos y mucha
gente empatizó con nosotros y, por lo tanto, con las capas más desfavorecidas
de la sociedad. Durante estas marchas, militantes de muchos partidos y
sindicatos, hablábamos como amigos, sin importar las siglas que defendiéramos antes,
éramos clase trabajadora, proletariado y gritábamos juntos, discutíamos, luchábamos,
andábamos unidos y reíamos… Creo que esto causó pánico a un régimen al que cada
día se le abren más las grietas, por ello, a las 20:30 del sábado 22 de marzo se
hizo que cargara la policía contra los manifestantes, cuando la manifestación
era legal hasta las 21:30, aprovecharon que les lanzaron cosas a través del
muro de vallas que habían creado en la calle Génova o que estaban rompiendo un
cartel, de esa manera cargaron cuando en Colón aun habían intervenciones y
sonaba música, cuando ancianos, niños y familias todavía andaban por esas
calles que pronto se convirtieron en campos de batalla. De esta manera, en el
informativo televisivo de las 20:30 o 21:00 apareceríamos como unos violentos,
peligrosos, que solo sabemos destruir ciudades y tirar piedras a la policía,
como ya sabemos el 70% de la población se informa a través de la TV. Así que
estuvieron durante una semana o dos enseñando como los pobres antidisturbios
eran atacados, quedándose en la anécdota, ante el hecho tan maravilloso que en
Madrid se dio, cuando llegamos allí para pedir algo tan sencillo como “Pan,
Trabajo, Techo y Dignidad”.
Pero al
igual que no pudieron con el 15M, no pudieron criminalizar a los que allí estábamos,
muchas personas entendieron que aquello estaba orquestado desde altas
instancias del régimen y, a los que participamos, nos dieron más razones para
acabar con este sistema injusto. Y así seguimos manifestándonos, y pasó lo nunca visto, el bipartdismo bajó del
50% de votos en las europeas, y otra vez nos quieren desunir, y nos tiran a unos
contra otros, pero yo caminé al lado de personas de PACMA, IA, CGT, PCE-ML,
REPUBLICANOS, CNT o EQUO y aun perteneciendo
yo a IU y al PCE, sentí que podíamos disentir en muchas cosas, incluso con
gente de mi partido, pero que estábamos de acuerdo en lo imprescindible, en hacer
que este régimen caiga y debatamos sobre una nueva constitución que aporte más
derechos a la ciudadanía. En el momento que el ciudadano Juan Carlos de Borbón
abdicó a favor de su hijo y las plazas de todo este país se llenaron para poder
decidir, para poder elegir. Y es que la clave tiene que estar en la
participación, en la democratización radical del sistema, que la gente pueda
tener una información crítica y que el hecho de elegir, le sirva para pensar,
creer y crecer.
Ayer
rodeamos los parlamentos, ahora es el momento de llenarlos con los nuestros,
con los que no tienen miedo a discutir, a preguntar, a votar o a que el interés
general prime sobre el individual. Para ello tenemos que convencer y nosotros
convencernos de lo que pedimos y actuar en consecuencia, no tenemos que hacer
campañas de marketing, tenemos que asimilar los problemas que existen y
encontrarles solución, soluciones globales.