Por fin sentía un respiro; los pinos
filtraban rayos de sol cálidos, el viento fresco recordaba que el
verano puede herir también ¡Y tanto! Sobremesa rodeado de gente a
la que quiero, con lo que supone; risas, discusiones y
conversaciones. Las piernas cansadas y doloridas, y la espalda tensa,
parecía que venía de una maratón, en las últimas semanas los días
habían pasado como si de fichas de dominó se trataran, uno empujaba
al otro e iban cayendo, uno detrás de otro, y la sensación temporal
se escabullía y ya no sabía cuanto había pasado desde la última
vez que la vi, me era difícil calcularlo, elegir una medida; quizá
semanas ¿Meses?¿Años? Y me preguntaba, como si fuera el cantautor
¿Quién me había robado el mes de abril? Pero lo cierto es que ha
llegado julio y ayer estaba en un castillo de colores, caminando por
calles empedradas mientras la lluvia nos acariciaba y reía sin ojos
tristes y mis palabras volaban alegres.
En esa mesa primaveral, llena de cafés
a mitad, algún licor y con el humo de nuestros cigarros alzándose
hacia el cielo, como si pretendiera abrazar a una nube o alcanzar un
avión, de pronto, surgió una pregunta: “¿Ya no escribes tanto?”
Y yo, tímido, recordé cuartillas emborronadas de ideas, oscuridad y
silencio, el placer de mi pluma paseando por el papel y, a su vez,
aparece la odiosa sensación de volver a frases solitarias,
desesperanzadas, quietas, sin fuerzas para empujarme a estos días
luminosos. Mi libreta grita en silencio palabras de melancolía por
esos días estivales, en los que un rayo de sol me despertaba frente
a la dulzura de su suave sueño, melancólico por ese futuro que
tenemos que construir, esa esperanza que tratamos de forjar, esa
dignidad que debemos recuperar. Y allí están esas páginas llenas
de tachones, dibujos y pensamientos que revolotean por mi cabeza,
entretanto, el presente avanza imparable, sin avisar de que el
porvenir está aquí y uno duda de lo avanzado, lo retrocedido o si
hay que volver a pasar por meta.
La luna escala el cielo veraniego, la
luz roja, plomiza, casi mágica del atardecer nos avisa de que el día
va acabando. Hay vacíos que uno no puede llenar y me sumerjo en el
silencio, hago fuerza con el corazón para que de mis ojos no salgan
lágrimas, me voy alejando de todo y de todos, a veces, sin dar un
paso. Hay personas que parecen saberlo todo, me recuerdan a mi hace
muchos años, hoy las lecturas me llevan de una crítica a la otra,
el mundo muestra sus dientes feroces a los más débiles y yo leo,
analizo, pienso... El sueño me abandona por las noches, escucho
risas a otro lado de la ventana, fiestas a las que no quiero ser
invitado, para que mi mente viaje por aquellos paseos parisinos, en
los que me descubría bebiendo vino en un tazón y Cortázar llenaba
los huecos de habitaciones repletas. Al alba, mis ojos buscan el
teléfono, miran la pared y el cansancio se acumula en mis parpados,
creyendo firmemente que al final del día caeré rendido, aunque no
vaya a ser así.
¿A qué distancia está el horizonte
en el que puedo avistar ese camino a la felicidad? Hay días que su
lejanía la puedo cuantificar: 1.000 km, 2 horas, o doce, un abrazo,
una caricia, un beso... Yo, un ser vivo solitario, siempre rodeado de
gente, observo como mi vida se llena de vacíos existenciales, al ser
incapaz de comprender cierta lógica vital. Nadie escucha como late
mi corazón, las personas en las que podía confiar poco a poco se
han alejado, viviendo lejos o cerca, sintiéndome más incomprendido
continúo mi marcha y me río y me enfurezco, aunque por dentro tenga
un sensación plana, vacía, opaca.
Viví en un año tres primaveras,
caminando por desiertos, glaciares, selvas, cordilleras, quebradas y
grandes ciudades, iba agarrado a su mano, los paisajes se deslizaban
por nuestros ojos y los océanos y lagos se fundían con el cielo
azul. Ahora, las altas temperaturas veraniegas, que nos repiten como
si no tuviéramos la capacidad de sentir, me han sorprendido
enfriando mis ilusiones; la realidad, tozuda, se muestra despiadada y
la muerte continúa llenando de sangre las costas, el cono sur y las
conciencias de muchos, quiero creer que cada vez más. Nos dirán que
somos uno, que no podemos hacer nada, subrayando nuestra
individualidad, disgregándonos, señalando al diferente, aupando a
lideres que se nos presentan como salvadores. Sin embargo, no habrá
esperanza si no comenzamos a percibir los problemas de este sistema,
que permite que muera gente de hambre o de enfermedades curables, que
destruye nuestro planeta, que provoca guerras de avaricia, que separa
familias, amantes y amigos, que domina nuestras investigaciones
sanitarias y que educa a las futuras generaciones, los problemas son
personales, pero las soluciones son comunes.
Así que, para ir finalizando, desde
el pesimismo que nos otorga la inteligencia y el optimismo de la
voluntad, como dijo Gramnsci, os animo a levantaros contra nuestra propia
autodestrucción, contra la opresión y las desigualdades crecientes
que genera este mundo, creando una contracultura solidaria frente al
“todo por la pasta”, construyendo una esperanza y hegemonizando
ese “sentido común” apostando por un mundo más libre,
igualitario, humano y justo. Nadie solo acercará esa sociedad
futura, todos y todas juntas la tendremos que empujar. Yo,
personalmente, he hecho, hago y voy a hacer todo lo posible para que
la humanidad sea consciente de su importante cometido y lucho por
ello, desde el lugar que sea, no hay hombres o mujeres
extraordinarios, sólo somos uno más para levantarse frente a las
injusticias, con sus miserias, sus inseguridades, sus contradicciones
y sus anhelos.
Por todo esto que he escrito hoy, es
por lo que no publico tan a menudo.