viernes, 15 de diciembre de 2017

Prefacio (O qué me llevó a ir a Palestina)



Cuando una persona se va conociendo a través de su experiencia, actúa de una manera determinada por lo aprendido, de modo empírico, siendo consciente que muchas veces ha obrado de manera equivocada y la reacción ha sido negativa. Y, a su vez, cuando las cosas le han sido favorables, graba en su cabeza a cincel, si fuera necesario, su modo de proceder para que, de esta manera, lo que le ha hecho dichoso se extienda, perdure en el tiempo, llevando a cabo, para uno mismo, la tercera ley de Newton, que nos dice que toda acción tiene su reacción.

Teniendo en cuenta esta forma de pensar y, por ente, de operar. Creí que si me esforzaba en hacer todo bien, en coherencia con mis pensamientos, con mi corazón como guía, la empatía como manera de decidir como debían ser mis relaciones humanas, políticas o sociales. Así, la vida me recompensaría, las cosas que marcharan peor (por aspectos del destino, dificultades que se nos muestran diariamente en este sistema injusto) pues se irían limando para mejorar o cimentarían un futuro mejor, del que me sentía melancólico ante lo que proyectaba, ansioso por acercarlo, alejándome, en ocasiones, de la realidad.

Con todo esto rondando por mi mente, después de haberme desvivido por lo que quería, lo que deseaba, lo que anhelaba. Este verano mis sueños, mis proyectos, estallaron en mil pedazos sin ninguna oportunidad de poder arreglarlos, únicamente me quedaba ponerme a buscar la formula de recuperar sus cachitos y recomponerlos como un rompecabezas laborioso, costoso, y empleando el tiempo que hiciera falta. Todo ello me instaló en el desánimo, en la desesperanza, ya que demostraba que la forma en la que venía trabajando para que aspectos vitales de mi existencia fueran bien, no servía para nada y, de esta manera, ponía en relieve que no había hecho la cosas bien, mayoritariamente, pues los resultados que había obtenido a mi manera de afrontar la vida, me habían otorgado resultados negativos.

Por tanto, tal y como había actuado, pensado u obrado no era la manera correcta, ya que hoy tengo la sensación de que la vida me va cuesta arriba, está por construir y responde a un modus operandi erróneo, que ha logrado que me replantee todos mis principios, toda mi forma de pensar, y reformule nuevas maneras de caminar por este mundo y afrontar la mejor manera para que los habitantes de este planeta tengan un vida digna. Pues lo trabajado y luchado, hasta ahora, quedaba en tela de juicio, en cuarentena, hasta lograr discernir con mayor claridad, mejores datos y más seguridad, así, de esta forma, no vuelva a emplear mi tiempo y mis reflexiones en proyectos que me encaminen hacia el fracaso, la perdida de tiempo o la sensación de abandono.

Ante esta crisis de identidad, este renacimiento de mis inseguridades vitales, tuve que volver a la raíz de mis ideales, a los conceptos básicos de mi lucha, de mi ideología, para que, de una manera crítica, edificar de nuevo una construcción sólida, con buenos cimientos y conseguir labrar, de modo introspectivo, un nuevo planeamiento vital que se reflejara en formulas de lucha social y política, para así conseguir una sociedad más justa, libre e igualitaria.

Por toda esta tormenta de pensamientos, con la que introduzco este texto, no dudé ni un instante cuando me propusieron conocer Palestina, mirar al capitalismo a los ojos, con sus fauces bien abiertas representadas en el militarismo sionista y, de esa forma, ver a los más perjudicados por el este sistema injusto e inhumano, recogiendo conocimientos básicos para, así, reforzarme a la hora de llevar mis ideas a la praxis, sujetándolas a la realidad, con los pies en el barro, viendo realidades diferentes, complejas, desesperadas. Atestiguando, personalmente, la capacidad de resistencia palestina, su lucha, su orgullo y su alto sentido de justicia, lo que ha sido para mí una dosis de moral y motivación, haciéndome comprender mejor lo necesaria de la lucha en común frente a un enemigo que nos aniquila.


Aquí comienza mi relato de lo que viví en Cisjordania, junto a gente maravillosa, en unos días en los que crecí como persona, fortaleciendo mi ánimo, mis principios y mis energías por cambiar este planeta, con fecha de caducidad por la irracionalidad de los que lo poblamos.