domingo, 1 de octubre de 2017

Cuando el corazón duele más que las rodillas

 Siempre he utilizado la ironía y la risa al ver la moda de salir a correr, viendo a personas perfectamente pertrechadas; móviles que calculan distancias, zapatillas último modelo, ropa deportiva que quede bien, relojes que te dicen las pulsaciones y los WhatsApp... Todo esto, para hacer algo tan sencillo como es dar una vuelta al trote, quizá participar en alguna de esas carreras que ahora organiza cualquier ciudad o pueblo en la que la distancia se mide en K, para qué decir la palabra kilómetro, tan larga y aburrida, cuando puedes minimizarlo todo a una letra. Hubo una época que se le llamaba footing, pero ahora es ser un runner, todo en inglés, todo individual, todo muy cool.

Pues bien, desde este verano me he unido a esa manada que galopa por las aceras. Siempre pensé que no lo haría por el desgaste que sufro en las rodillas por el waterpolo, aunque tengo que reconocer que me ha sido muy liberador, esa soledad del corredor de fondo, que hablaban Los chikos del maíz, la siento en mis carnes y en mi mente. Llevo puesta ropa vieja o que uso poco, como cuando me preparaba para algún triatlón o comenzaba la pretemporada de natación, hace mucho tiempo. Yo salgo con vergüenza, sin ánimo de mejorar, simplemente busco la forma de escapar de mis demonios, de esos pensamientos nocivos que me atacan cuando menos lo espero y, de esta forma, mi cerebro se preocupa más de no desfallecer, de recuperarme una vez he terminado, en vez de bañar mi cabeza de realidad, de analizar como me encuentro, cómo podría haber haber retenido lo que se me ha escurrido de los dedos, cómo podría haber desechado lo que me hace desgraciado o qué podría mejorar.

A las pocas semanas de emprender estas marchas, me di cuenta de que por muy rápido que corriera nunca me podría dejar a mí detrás. Esto de correr lo he convertido más en algo terapéutico que en una forma de hacer deporte, me libera y me permite observar lugares por los que no pasaba, ver como un pie adelanta al otro, sentir cada zancada en mis suelas, en mis rodillas, llevar una respiración rítmica, o ahogada al finalizar, ver mi cuerpo bañado en sudor.



En los últimos años de mi vida, me he preocupado más del resto del mundo que de mí, casi no era consciente de qué hacía cada día, veía mi cotidianidad como un paréntesis. Los sueños que guardaba, y por los que hubiera dado todo lo que tengo, saltaron por los aires y al final todos mis esfuerzos en que todas las personas tuvieran un proyecto de vida digno, unicamente me llevaron a olvidar el mío y acabar viéndome vacío, solo, desubicado, con una pena lúgubre y silenciosa extendiéndose por mi interior y con una fatiga que no me deja encarar ese mundo que tengo por delate.

Adaptarse bien a una sociedad enferma es ser participe de la expansión de esta epidemia, pero he de reconocer que cerrar los ojos es más fácil que enfrentarse a los retos que nos marca la vida. Las redes se han convertido en un indicador de una sociedad en a la que te tienes que exponer eternamente feliz, haciendo lo que se supone que hace la gente normal, siguiendo al rebaño con selfies en los que salgas guapo, no importa lo que veas si no cómo lo muestres, haciendo lo que los medios te digan ese momento que se lleva, aunque por dentro la tristeza no te deje respirar ¡Qué más da como estés! Lo importante es lo que parezcas. No voy a ser un cínico, yo en ocasiones intento emular estas cosas, pero me sale algo cómico o cutre, el “postureo” no me va demasiado, a mí no me importa que la gente sepa que estoy pasando un mal momento, que estoy triste, con miedo o enfadado, es una muestra de que estoy vivo y siento. Señalar los problemas que asolan a la humanidad, a este hogar común que es La Tierra, y que debemos luchar por dejar a las futuras generaciones con algo de viabilidad, o el momento que vives sin ilusiones ni esperanzas, parece que es algo aburrido, tedioso, cansino, casi de amargado.

La inmediatez del día de día, el gusto por lo perfecto, hacer de nuestras vidas un videoclip en el que todo es memorable, viste bien, de aquí para allá sin tiempo para reflexionar, sonríe siempre, barba hipster, hay que salir de fiesta, morritos a la cámara, tazas, fotos y comentarios Mr Wonderful, librerías llenas de autoayuda entre lo más vendido... La autenticidad esfumándose, parece que una visión irracional de la vida se ha hecho hegemónica, cada uno, individualizado, busca cómo sobrevivir, cómo salvarse y aparta de su pensamiento las dificultades vitales con la esperanza de llegar al fin de semana, o a esas fiestas que nos gustan tanto.



Mientras, nos regalan píldoras políticas que masticar, por ejemplo el nacionalismo, de cualquier lugar, pero ahora tan claro como el enfrentamiento entre el español y el catalán. Lo que comenzó como un tira y afloja por el 'estatut', que no era otra cosa que la posibilidad de los catalanes a gestionar sus impuestos, tal y como hacen navarros y vascos, se convierte en una lucha entre los dos partidos más corruptos del estado, PP y CiU, y así apartar el foco de sus 'trapicheos' y ponerlo en las banderas. No sé como acabará, pero lo cierto es que está suponiendo, hoy por hoy, la mayor brecha al régimen del 78, con una sociedad catalana poblando las calles por su derecho a decidir y una parte importante del resto de la sociedad española mostrando su solidaridad ante el ataque a la democracia que se está produciendo, ya que lo único que piden es poder votar, máxima representación de la voluntad popular, y que está amparado por el derecho de autodeterminación de la carta de las Naciones Unidas, la cual está integrada en la legislación española.

El modelo de estado se está poniendo en entredicho y creo que es el momento de que vayamos a un proceso de constitucional en el que la población pueda expresar como quiere que sea su país, sin fanatismos pero con información, hablando del modelo territorial teniendo en cuenta las diferentes naciones existentes, de quién debe ostentar la jefatura de estado, de una democracia participativa, de blindar la educación, la sanidad, la dependencia, los servicios públicos, de unos impuestos redistributivos, con unas empresas estratégicas públicas que busquen el beneficio social y no el personal, asegurando el derecho al trabajo y al tiempo libre por un salario decente y donde el derecho a una casa y a una vida digna sea una realidad. Me encantaría que este nuevo país fuera una república federal en la que se articulara una solidaridad deseada entre los estados que la compongan, entre ellos y con los países del sur, buscando su desarrollo social.

Mientras yo sueño con esta sociedad más culta, informada y con las herramientas para poder darle la vuelta a esta situación que nos llevará a una nueva extinción, por el agotamiento de los recursos naturales para nuestra subsistencia y la de muchas especies con las que cohabitamos este mundo. Durante este preciso instante, el sur se desangra por hambre, guerras y enfermedades que podríamos solucionar, pero lo peor es que en vez de pensar como especie, como humanidad, lo que hacemos es encerrarnos más en nosotros mismos, buscando soluciones políticas de odio al diferente, totalmente intolerantes y blanqueadas por los medios, lo que lleva a que la ultraderecha, los fascistas, campeen por toda Europa y EEUU ante la frustración de una ciudadanía que se siente traicionada. Como humanidad, parece que continuamos dándole más importancia a lo que nos separa que a lo que nos une y este puede ser nuestro fin.



Así que uno se siente abandonado, sin un mísero refugio, pero logra encontrar compañeros y compañeras, amigas y amigos, camaradas, con los que continuar buscando formulas para mejorar la vida de los demás, que te ayudan a curar heridas muy feas, que te escuchan, debaten y te hablan para lograr que no te quedes atrás, que nadie se quede rezagado, reconstruyendo esperanzas de los añicos de sueños rotos. Uno se siente afortunado de intentar ser comprendido y sigue leyendo, viajando, pensando y sí, también corriendo, porque como dijo Galeano: 'La utopía está en el horizonte. ME acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso; sirve para caminar.' Si quieres acompañarme en esta carrera, te estaré esperando... Siempre.