Siempre he utilizado la ironía
y la risa al ver la moda de salir a correr, viendo a personas
perfectamente pertrechadas; móviles que calculan distancias,
zapatillas último modelo, ropa deportiva que quede bien, relojes que
te dicen las pulsaciones y los WhatsApp... Todo esto, para
hacer algo tan sencillo como es dar una vuelta al trote, quizá
participar en alguna de esas carreras que ahora organiza cualquier
ciudad o pueblo en la que la distancia se mide en K, para qué decir
la palabra kilómetro, tan larga y aburrida, cuando puedes
minimizarlo todo a una letra. Hubo una época que se le llamaba
footing, pero ahora es ser un runner, todo en inglés,
todo individual, todo muy cool.
Pues bien, desde este verano me
he unido a esa manada que galopa por las aceras. Siempre pensé que
no lo haría por el desgaste que sufro en las rodillas por el
waterpolo, aunque tengo que reconocer que me ha sido muy liberador,
esa soledad del corredor de fondo, que hablaban Los chikos del maíz,
la siento en mis carnes y en mi mente. Llevo puesta ropa vieja o que
uso poco, como cuando me preparaba para algún triatlón o comenzaba
la pretemporada de natación, hace mucho tiempo. Yo salgo con
vergüenza, sin ánimo de mejorar, simplemente busco la forma de
escapar de mis demonios, de esos pensamientos nocivos que me atacan
cuando menos lo espero y, de esta forma, mi cerebro se preocupa más
de no desfallecer, de recuperarme una vez he terminado, en vez de
bañar mi cabeza de realidad, de analizar como me encuentro, cómo
podría haber haber retenido lo que se me ha escurrido de los dedos,
cómo podría haber desechado lo que me hace desgraciado o qué
podría mejorar.
A las pocas semanas de emprender
estas marchas, me di cuenta de que por muy rápido que corriera nunca
me podría dejar a mí detrás. Esto de correr lo he convertido más
en algo terapéutico que en una forma de hacer deporte, me libera y
me permite observar lugares por los que no pasaba, ver como un pie
adelanta al otro, sentir cada zancada en mis suelas, en mis rodillas,
llevar una respiración rítmica, o ahogada al finalizar, ver mi
cuerpo bañado en sudor.
En los últimos años de mi
vida, me he preocupado más del resto del mundo que de mí, casi no
era consciente de qué hacía cada día, veía mi cotidianidad como
un paréntesis. Los sueños que guardaba, y por los que hubiera dado
todo lo que tengo, saltaron por los aires y al final todos mis
esfuerzos en que todas las personas tuvieran un proyecto de vida
digno, unicamente me llevaron a olvidar el mío y acabar viéndome
vacío, solo, desubicado, con una pena lúgubre y silenciosa
extendiéndose por mi interior y con una fatiga que no me deja
encarar ese mundo que tengo por delate.
Adaptarse bien a una sociedad
enferma es ser participe de la expansión de esta epidemia, pero he
de reconocer que cerrar los ojos es más fácil que enfrentarse a los
retos que nos marca la vida. Las redes se han convertido en un
indicador de una sociedad en a la que te tienes que exponer
eternamente feliz, haciendo lo que se supone que hace la gente
normal, siguiendo al rebaño con selfies en los que salgas
guapo, no importa lo que veas si no cómo lo muestres, haciendo lo
que los medios te digan ese momento que se lleva, aunque por dentro
la tristeza no te deje respirar ¡Qué más da como estés! Lo
importante es lo que parezcas. No voy a ser un cínico, yo en
ocasiones intento emular estas cosas, pero me sale algo cómico o
cutre, el “postureo” no me va demasiado, a mí no me importa que
la gente sepa que estoy pasando un mal momento, que estoy triste, con
miedo o enfadado, es una muestra de que estoy vivo y siento. Señalar
los problemas que asolan a la humanidad, a este hogar común que es
La Tierra, y que debemos luchar por dejar a las futuras generaciones
con algo de viabilidad, o el momento que vives sin ilusiones ni
esperanzas, parece que es algo aburrido, tedioso, cansino, casi de
amargado.
La
inmediatez del día de día, el gusto por lo perfecto, hacer de
nuestras vidas un videoclip en el que todo es memorable, viste
bien, de aquí para allá sin tiempo para reflexionar, sonríe
siempre, barba hipster, hay que salir de fiesta, morritos a la
cámara, tazas, fotos y comentarios Mr Wonderful, librerías
llenas de autoayuda entre lo más vendido... La autenticidad
esfumándose, parece que una visión irracional de la vida se ha
hecho hegemónica, cada uno, individualizado, busca cómo sobrevivir,
cómo salvarse y aparta de su pensamiento las dificultades vitales
con la esperanza de llegar al fin de semana, o a esas fiestas que nos
gustan tanto.
Mientras,
nos regalan píldoras políticas que masticar, por ejemplo el
nacionalismo, de cualquier lugar, pero ahora tan claro como el
enfrentamiento entre el español y el catalán. Lo que comenzó como
un tira y afloja por el 'estatut', que no era otra cosa que la
posibilidad de los catalanes a gestionar sus impuestos, tal y como
hacen navarros y vascos, se convierte en una lucha entre los dos
partidos más corruptos del estado, PP y CiU, y así apartar el foco
de sus 'trapicheos' y ponerlo en las banderas. No sé como acabará,
pero lo cierto es que está suponiendo, hoy por hoy, la mayor brecha
al régimen del 78, con una sociedad catalana poblando las calles por
su derecho a decidir y una parte importante del resto de la sociedad
española mostrando su solidaridad ante el ataque a la democracia que
se está produciendo, ya que lo único que piden es poder votar,
máxima representación de la voluntad popular, y que está amparado
por el derecho de autodeterminación de la carta de las Naciones
Unidas, la cual está integrada en la legislación española.
El
modelo de estado se está poniendo en entredicho y creo que es el
momento de que vayamos a un proceso de constitucional en el que la
población pueda expresar como quiere que sea su país, sin
fanatismos pero con información, hablando del modelo territorial
teniendo en cuenta las diferentes naciones existentes, de quién debe
ostentar la jefatura de estado, de una democracia participativa, de
blindar la educación, la sanidad, la dependencia, los servicios
públicos, de unos impuestos redistributivos, con unas empresas
estratégicas públicas que busquen el beneficio social y no el
personal, asegurando el derecho al trabajo y al tiempo libre por un
salario decente y donde el derecho a una casa y a una vida digna sea
una realidad. Me encantaría que este nuevo país fuera una república
federal en la que se articulara una solidaridad deseada entre los
estados que la compongan, entre ellos y con los países del sur,
buscando su desarrollo social.
Mientras
yo sueño con esta sociedad más culta, informada y con las
herramientas para poder darle la vuelta a esta situación que nos
llevará a una nueva extinción, por el agotamiento de los recursos
naturales para nuestra subsistencia y la de muchas especies con las
que cohabitamos este mundo. Durante este preciso instante, el sur se
desangra por hambre, guerras y enfermedades que podríamos
solucionar, pero lo peor es que en vez de pensar como especie, como
humanidad, lo que hacemos es encerrarnos más en nosotros mismos,
buscando soluciones políticas de odio al diferente, totalmente
intolerantes y blanqueadas por los medios, lo que lleva a que la
ultraderecha, los fascistas, campeen por toda Europa y EEUU ante la
frustración de una ciudadanía que se siente traicionada. Como
humanidad, parece que continuamos dándole más importancia a lo que
nos separa que a lo que nos une y este puede ser nuestro fin.
Así
que uno se siente abandonado, sin un mísero refugio, pero logra
encontrar compañeros y compañeras, amigas y amigos, camaradas, con
los que continuar buscando formulas para mejorar la vida de los
demás, que te ayudan a curar heridas muy feas, que te escuchan,
debaten y te hablan para lograr que no te quedes atrás, que nadie se
quede rezagado, reconstruyendo esperanzas de los añicos de sueños
rotos. Uno se siente afortunado de intentar ser comprendido y sigue
leyendo, viajando, pensando y sí, también corriendo, porque como
dijo Galeano: 'La utopía está en el horizonte. ME acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la alcanzaré. Entonces ¿para qué sirve la utopía? Para eso; sirve para caminar.' Si quieres acompañarme en esta carrera, te estaré esperando... Siempre.
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