La vida
te va llevando por caminos que no podías imaginar unos meses atrás. Probando
una vez más mis fuerzas contra gigantes, sin tener una honda a la que
agarrarme, desgastando mis desnudas manos y la inocencia que podía quedar en mi
mente, me embarqué hacia Argentina. Esto me ha llevado a conocer otros
pensamientos, otros paisajes, otra forma de ver la vida; he visto como la
naturaleza vencía al hombre de una manera bella, imponente, cambiante. Pero,
descubriendo esto, también me topé con la realidad oculta de nuestra
civilización.
Hace
unos días fui, por primera vez, a un barrio periférico de la ciudad, una de las
llamadas “villas”, que no es otra cosa que una zona oprimida de la ciudad de
Bahía Blanca. La asociación “Envion-Stella Maris” nos invitó para que
ofreciéramos una visión diferente, extranjera, a los niños que allí se acercan.
Para llegar, bastaba con coger un autobús de línea y sentías que te acercabas
cuando desaparecía el asfalto de las calles. Por la ventana empezabas a divisar
las precarias construcciones y en una colina, llena de desperdicios, nos
observaba un caballo con indiferencia mientras pastaba.
Pisamos
las calles embarradas con nerviosismo y curiosidad, caminamos hasta el local de
la asociación, la construcción más nueva que allí se levantaba. Sus muros
estaban pintados de esperanza; escenas de niños jugando bajo un gran arcoíris y
con un sol de enorme sonrisa observándolos.
La
timidez de los chicos se mezclaba con el descaro y, mientras un mate pasaba de
mano en mano y de boca en boca, comenzamos a hablar con estos chavales de entre
12 y 21 años que se acercan a este refugio, por voluntad propia, en busca de
comprensión, de salir de las calles. Cinco chicas, de 14 a 16 años, estaban embarazadas;
mientras una explicaba que quería hacerse una casa con su novio, otra relataba
que el padre del niño que iba tener no se quería hacer cargo. Ellas no fallaban
al taller de salud que se impartía, al igual que toxicómanos que intentaban
dejarse la droga.
El
objetivo es que sigan escolarizados y si no es así, que vuelvan. Además, tienen
talleres de teatro, baile, percusión o cine. Nos contaban que hacía poco había
ido un abogado a explicarles sus derechos; ya que solo por ser de donde son, la
policía los apresa, por esa marca que la sociedad les graba de sospechosos, por
no haber nacido en la cara bonita del capitalismo y salir de esa trastienda, ese
gueto, donde esta sociedad los esconde. Es un trabajo lento y costoso, pero parece
que la lucha avanza con la voluntad de los que allí residen, de los que les
ayudan a salir de la garras de este sistema injusto.
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