Los
kilómetros no pueden separar los sentimientos, los gestos de grandeza. Ayer
asomándome a la ventana que supone la pantalla de mi ordenador, desde
Argentina, volví a sentir el orgullo de unos trabajadores que se implican, como
dijo Gabriel Celaya: “Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse”. Y es que estos trabajadores tienen mucho de poetas, algo de
guerreros y rebosan humanidad por todas partes.
Marchan
manchándose, alzando la voz por los que no se les escucha, siendo el altavoz de
este colectivo pequeño que no mueve a grandes cantidades de gente, pero que
muestra hasta donde son capaces de llegar las políticas de recortes y
austeridad. Pretenden encerrar a los discapacitados en los centros, recortando
en su calidad de vida, minimizando sus excursiones, encarcelados sin haber
cometido ningún delito.
Muchos
trabajadores han salido a recorrer casi 200 km caminando, desde Almoradí hasta
Valencia, pidiendo simplemente respeto y dignidad ¡Que fácil parece! Respeto
para personas que no se valen por sí mismas, dignidad para estos chicos que
quieren aprender un trabajo, que quieren mejorar, por aquellos que no se valen
por sí mismos y, en muchas ocasiones, no tienen ni familia. Pero en el País Valencià hace ya años que no se
tiene respeto por ningún servicio social, que no reportan dignidad para
aquellos que lo tienen más difícil, que se tienen que esforzar el doble y que
deberían despertar entre la sociedad la admiración a todas las personas
discapacitadas que luchan por vivir, como cualquier otro.
Los quijotescos trabajadores de estos centros, no confunden molinos con gigantes, y saben perfectamente hacia donde se dirigen y con qué objetivo. No dejan de trabajar, siempre con la misma profesionalidad y ternura, a pesar de la falta de material o de las nóminas impagadas; sus “chavales” les dan más fuerza y, por ello, cada paso que avanzan, cada vez que sus desgastadas suelas chocan contra el suelo, se convierte en un atronador sonido que temen desde los despachos de la Generalitat.
Los quijotescos trabajadores de estos centros, no confunden molinos con gigantes, y saben perfectamente hacia donde se dirigen y con qué objetivo. No dejan de trabajar, siempre con la misma profesionalidad y ternura, a pesar de la falta de material o de las nóminas impagadas; sus “chavales” les dan más fuerza y, por ello, cada paso que avanzan, cada vez que sus desgastadas suelas chocan contra el suelo, se convierte en un atronador sonido que temen desde los despachos de la Generalitat.
Estos
trabajadores caminan por la discapacidad, caminan por una de las razones más
justas que puede haber, que es la defensa de los más desprotegidos. Su marcha
no tendrá el apoyo de mucha gente, en muchas ocasiones, ni de su patronal, pero
con cada paso que se acercan a la capital del Turia, se acercan también a nuestros
corazones como un grito de rebeldía frente a las injusticias.
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