Cuando el verano toca a su fin, vemos
como el sol, más débil, cada día hace más cortas sus visitas. Hay
lluvias que saben a gloria y vientos helados congelan el interior de
los cuerpos mal acostumbrados a tiempo libre, altas temperaturas y la
compañía continua de los que queremos.
En Elda, mi ciudad, por la que camino
y sonrío, el mes de septiembre es un lugar más que un momento, un
espacio de encuentro en el que las diferentes fiestas nos ayudan a
volver a la rutina; los estudiantes a portear sus pesadas mochilas y
sueños, los parados a buscar en el horizonte un rayito de esperanza
que les permita tener un proyecto de vida y los trabajadores,
precarios, clandestinos, autónomos y también los fijos, ponen su
mirada en la cuenta bancaria, lamentándose de los excesos estivales.
Nuestra población se parece mucho a
septiembre, un mes que tiene cercano los buenos momentos del pasado,
pero que se marchita, cada vez más gris, cada vez más frío, con la
mirada puesta en el final de año. Pues bien, Elda tiene mucho de
eso, en la memoria colectiva de sus ciudadanos aun se tiene presente
el Elda, París y Londres de los años 30, días de ferias
internacionales, de lírica por su calles y edificios bellos,
entrañables y con historia por nuestro centro. Sobre zapatos andamos
y gracias a su industria fuimos capaces crecer, de ilusionar, de
atraer familias de todos los rincones de este país.
Ahora son nuestros jóvenes los que
tienen que marcharse de aquí ante la falta de perspectivas de
futuro, en su conocimiento aparece, medio emborronado, leyendas de
ancianos, como si de un sueño se tratase, algún recuerdo de ese
pasado cálido; el paso del gobierno republicano por estas tierras,
el Deportivo en 2ª, asambleas de trabajadores defendiendo su
derechos en medio de la dictadura, Elda Prestigio campeón de liga...
Nuestra ciudad resiste por los riesgos que se asumieron en el pasado,
tenemos cierta importancia, pero continuamos en franca decadencia,
paralizados por la crisis y por nuestra crisis particular zapatera
desde los años 90.
Por tanto, se debe abrir un proceso
ilusionante de futuro, comenzar a parecernos más a mayo, cuando todo
el valle también sale a la calle a disfrutar de sus fiestas,
devolver la esperanza a los que habitamos este enjambre de
edificios y casas, con la participación de todos y todas, con la
necesidad de que esta ciudad tenga una alternativa industrial,
productiva, laboral, social, cultural, educativa, deportiva, de
ocio... No es fácil, pero es necesario y necesitaremos del empuje
todos y todas, de las ideas, las ganas, los esfuerzos, tanto
asociativos como individuales. El futuro de nuestra ciudad, de
nuestro país, de este mundo, está en nuestras manos, nosotros y
nosotras seremos los responsables de lo que dejemos a nuestras hijas
e hijos y tenemos que caminar hacia lugares más amables,
ecológicamente sostenibles, más justos, más esperanzadores y así
comenzar a ver abrirse las flores primaverales de nuevo por nuestra
tierra, porque sino estaremos avocados a un diciembre helado que
pueda acabar con lo que fuimos.
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